Mi hijo es bipolar
Quiero mencionar antes que nada que en esta entrada hablaré en nombre de mis padres. Para redactarla les he planteado algunas preguntas en relación a cómo han vivido todas las fases pertinentes a mi trastorno bipolar, y para hacerlo hemos estado en dos ocasiones abordando las mismas. Ha sido muy constructivo y fructífero, además de haber ido uniendo puntos de vista diferentes.
El objetivo de esta entrada es compartir nuestras experiencias para que lleguen a otras familias que también hayan pasado o estén pasando por circunstancias parecidas, con las cuales podamos hacer un ejercicio de digestión y aceptación de lo que conlleva tener un hijo o hija bipolar.
Mis primeros síntomas comenzaron siendo algo obsesivos o neuróticos, acompañados de la falta de sueño, pero nada que en principio supusiera una sospecha más grave para mis padres. No fue hasta el viernes 4 de diciembre de 2015 que comencé un delirio del que mi madre comenzó a sospechar, pero con cierta negación. De entrada mi padre que es médico y ese día estaba de guardia, recomendó a mi madre que me tomará un ansiolítico para poder dormir.
El sábado estuvo todo bien, e incluso fuimos a dar un paseo los tres, hasta que a la hora de cenar comencé a hablar por los codos, con un ánimo excesivo. Mi padre y yo tuvimos un encuentro chocante que me hizo poner como una fiera, cosa que no era en absoluto habitual y por el cual acabé saliendo de casa. En ese momento mis padres se quedaron preocupados y mi padre dudó si subirme la medicación. A parte de todo ello, pensó que podía deberse a un cúmulo de cosas que podía llevar por dentro y que lo había pagado con él.
El domingo celebramos el 90 cumpleaños de mi abuela en casa de mis primos, pero me controlé y no me comporté fuera de lo normal. Durante la semana mi madre había estado algo más receptiva y notaba que algo no iba bien. Según ella me estaba poniendo intransigente y reactivo. Sobretodo notaron dos cosas, por una parte el delirio que podía deberse a tapar ciertas penas, y a la par poniéndome irritable. Pese a todo, veían cómo estaba poniendo todo de mi parte para intentar controlarlo.
No fue hasta el lunes que era puente que me fui a las 08:00 de la mañana a casa de una amiga de la familia que es psicóloga. Se asustaron más que nada por las horas a las que me había ido de casa y la conducta que había tenido. En ese momento mi madre se dio cuenta de que era preciso contactar con un psiquiatra.
Esa mañana mis padres notaron alteraciones a nivel del pensamiento, por cosas que decía fuera de la realidad (delirios), por otra parte a nivel emocional estaba acumulando mucha ira y no tenían claro si podría controlarlo por mis propios medios. Decidieron llamar a una amiga psiquiatra que ya había trabajado antes en el Hospital Provincial, en la sección de agudos mentales, y les aconsejó que me llevaran a urgencias, incluso les advirtió que cabía la posibilidad de que me ingresaran.
Como era difícil hacerme entrar en razón, acordaron que vendría la hija de la amiga psicóloga de mis padres, que en ese momento estudiaba psicología, para intentar llevarme al Hospital. Para lograrlo decidieron que lo mejor era seguirme el rollo para que no me opusiera en ir. Me convenció diciéndome que una “amiga” suya podía entender todas mis ideas, a lo que yo accedí encantado, porque necesitaba que por fin alguien me entendiera.
Ante todo, mis padres intentaron tener una actitud serena para poderme acompañar con la mayor tranquilidad posible, procurando dejar las emociones a un lado.
Tanto la hija de la amiga de mis padres, como mi madre me acompañaron al hospital, y no tardé en hacerme notar, por lo cual me pasaron pronto a la entrevista clínica, donde decidieron que era preciso el ingreso inmediato. Al parecer me negué a tomar la medicación vía oral por lo que tuvieron que suministrar por vía intramuscular, y ello logró calmarme, pudiendo ingresar con tranquilidad.
Le dijeron a mi madre que ellos se harían cargo, que ella se podía marchar y ya le dirían algo por la tarde para poder venir a verme. Primero mis padres no se lo podían creer, estaban aturdidos, en shock. Les conmovió mucho, les produjo una gran pena y el deseo de que me pusiera bien.
Al llegar a casa mi madre recuerda que mi padre se puso a llorar, mientras que ella estaba conmocionada. Les cubrió la sensación de que algo muy personal se había dañado, ante lo cual surge un gran sentimiento de fragilidad e impotencia. Para superar esos momentos ambos pidieron medicación.
Al verme por primera vez hospitalizado mi padre se conciencia finalmente de que realmente estaba enfermo, exactamente con un brote mental. Pese a la dura situación, se sintió tiernamente cercano a mí. A pesar de verme con la vestimenta con el pijama y el entorno, dejó a un lado sus emociones y se centró en mí, con una voluntad de estar presente.
Mi madre además de lo que dice mi padre, se sentía triste, enfadada, con un cúmulo de emociones y con culpa. Llamó a un profesor en Valencia para que le ayudara a superar la situación y pedir consejo. Llegó a pensar que había fracasado como madre y como psicóloga. Pero finalmente pensó que ese no era el camino, que tenía que ocupar su lugar. Los primeros días apenas pudo dormir.
Ambos se dieron cuenta de la falta de comunicación que habían tenido, y su sensación era de necesitar sostenerse cada uno a sí mismo.
Durante los días en el hospital, recuerdan el encogimiento emocional cuando venían en coche a verme, desvalidos. Se hicieron latentes de sus propias fragilidades, no era únicamente algo que me pasara a mí, sino que había un cúmulo de cosas que habían vivido durante todo el año. Al principio venían a verme los dos todas las tardes, y más adelante se turnaban. Algo agradable para mi padre era el tener que llamar por un interfono, algo que impide la entrada a cualquiera, lo cual se diferenciaba la típica visita a un hospital. Recuerda que al hablar con la enfermera ella me avisaba, mientras yo estaba en la terraza, viendo la tele, o en mi habitación, entonces paraba de hacer lo que estaba haciendo y me acercaba a la puerta. Él se alegraba mucho al verme por una pequeña ventana circular de la puerta, era un momento feliz.
Fueron acompañándome en mi transición de curación, y vieron cómo las ideas más psicóticas fueron menguando. Finalmente se fueron quedando más tranquilos al verme mejor. Tenían un deseo de que me curara lo más rápido posible, pero se dieron cuenta de que era algo que iba a su propio ritmo y no se podía evitar. Por lo que yo les decía, veían que la medicación me ayudaba a estar más aliviado de todo el tormento por el que había pasado.
Ellos han vivido el estigma en primera persona, pensaban en la gravedad de la enfermedad y se planteaban preguntas como: ¿Cómo será su vida desde el punto de vista afectivo con las demás personas? ¿Qué dificultades tendrá para incorporarse a un mundo profesional?
Llegaron a un punto en que vieron que una cosa debía llegar detrás de la otra, intentando mejorar diariamente. Una vez fuera del hospital y pasados unos meses fueron comprobando mi progreso y se sorprendieron el estado de estabilidad, mejora y eutimia que pude lograr.
La sensación que tenían era la de volver a renacer, y de percibir la enfermedad desde un punto de vista más realista como yo como persona, como la de ellos mismos. Cabe destacar el apoyo que recibieron de un amigo psiquiatra de la familia, el cual les acompañó mucho durante mi estancia en el Hospital y posteriormente.
Las medidas que tomaron mis padres fueron tales como intentar estar más presentes, respetando la distancia conveniente entre ellos y yo, sin entrometerse en exceso en mi vida. Buscar la ayuda profesional más adecuada, respetar mis ritmos de crecimiento y de cura, aprender a no pasarse de sobreprotección, aprender de los profesionales para ayudarme con mis pautas o límites, dejándome seguir siendo dueño de mi vida y siempre con la condición de no tener prisa.
En lo que se refiere a la convivencia no se lo he puesto muy difícil, ya que me he autogestionado bastante bien, asumiendo lo que me pasaba y poniendo mucho de mi parte así como de resiliencia.
Han aprendido que al margen de mis recaídas, es conveniente no forzarme a hacer más cosas de las necesarias, de que debo ir a mi propio ritmo y que en mi debido tiempo puedo aspirar a todo lo que me proponga. Hay momentos en los que conlleva un límite, pero soy mucho más que eso.
Según mi madre cometió el error de sentir como que había de callarlo, necesitaba que no nos estigmatizaran a toda la familia como un deseo de que todo siguiera como siempre. También pasó miedo cuando volví a matricularme en la universidad, pero con el tiempo se sorprendió al ver que mi inteligencia no se había desgastado.
Más allá de mis contadas recaídas hipomaniacas, con exceso de energía o confianza y que he aprendido a autogestionarme gracias a la ayuda profesional, detectan en mi vida momentos en los que estoy algo triste, serio e inseguro, como si me faltara chispa vital.
A la hora de compartir con los demás que soy bipolar advierten de hacerlo con tacto, sin que signifique una marca personal sino una presentación de mi principal personalidad antes de presentarme con la enfermedad.
Dentro del mundo laboral creen que es posible que me condicione, pero como un elemento más a tener en cuenta junto el resto de capacidades, piensan que si lo expongo cabe la posibilidad de que haya sitios donde no me cojan y por ello es importante cuidar la exposición pública que se haga de la enfermedad y por otra parte nada nos obliga a decirlo.
Finalmente para aquellos padres que acaban de pasar por una situación similar recomiendan atender a su hij@ como la persona que es, más que por su diagnóstico. Entendiéndolo vas aprendiendo que ser bipolar es una manera de ser persona, con sus inconvenientes e incluso con sus ventajas.